La mítica productora Hammer mantuvo durante 15 años el personaje del vampiro en su prolífica producción cinematográfica. Las películas del vampiros de la Hammer han pasado a ser un referente para todos los amantes del subgénero.
Cuando en 1957 los jefes de la Universal Pictures estadounidense se enteraron de que se iba a rodar una nueva versión de Frankenstein en Reino Unido, no tardaron en amenazar a la productora inglesa en cuestión con un pleito en caso de que ésta utilizara el icónico maquillaje del monstruo creado por Jack Pierce para Boris Karloff y que la major americana mantenia bajo copyright desde 1931.
Pero cuando la modesta Hammer Films cosechó un éxisto fenomenal en todo el mundo con su primera cinta de terror gótico «La maldición de Frankenstein» otro gallo se puso a cantar.
Fue entonces cuando los herederos de Karl Laemmie estaban más que dispuestos a cederle a la Hammer los remake rights de su famosa serie de Monster Movies. Así pues, el título elegidos para la segunda entrega de la serie actualizaciones de clásicos del terror fue Drácula, apartir de ahí la Hammer Films se convirtió en la productora más prolífica en cuanto a películas de vampiros.
Drácula (Drácula, 1958)
Al plantearse el rodaje de Drácula tras el éxisto de La Maldición de Frankenstein era evidente que había que repetir con los mismos ingredientes.
Muchas dosis de sangre a todo color, un tono sexualmente más atrevido que los precursores Dráculas en blanco y negro y, sobre todo, el binomio de acotes que se habían lanzado a la fama por sus interpretaciones respectivas del barón Frankenstein y su monstruo, Peter Cushing y Christofer Lee.
El encargo de elaborar un guión le tocó al siempre eficaz Jimmy Sangster, quien se esmeró en aligerar el texto de Bram Stoker y se limitó a reproducir el concepto de aristócrata y encantador protagonista vampiro, enfatizando la sexualidad latente del personaje.
La dirección de la película fue encargada a Terence Fisher, quien había hecho un trabajo magistral en La Maldición de Frankenstein.
Aunque en su día revitalizaóel cansado género de vampiros, tiene un parte central algo floja y suave, pero hay que destacar que la película está muy bien en cuanto a los aspectos técnicos y artísticos, sobre todo si tenemos en cuenta su ajustado presupuesto.
Las novias de Drácula (The Brides of Dracula, 1960)
El tempor de Christofer Lee de seguir la misma estela del encasillamiento que Bela Lugosi y su consiguiente negativa a la hora de protagonizar otra película en el papel del conde Drácula, llevó a los jefes de la Hammer a idear un film de «Drácula» sin la presencia del vampiro titular.
En su lugar vemos a un chupasangre llamado Barón Meinster, un discípulo de Drácula, según se explica en voz en off al comienzo de la película.
Hay mucha diferencia con su mentor, ya que este vampiro es rubio, guaperas y algo afeminado. Existe teorías que afirman que se tratan del primer vampiro homosexual, pero no nos adentremos en estos temas.
Aparte de este enfoque en el personaje, la historia no aporta nada novedoso. Peter Cushing vuelve a hacer del implacable Van Helsing mientras que frances Yvonne Monlaur es la actractiva ingenua perseguida por el barón Meinster.
El beso del vampiro (The kiss of the vampire, 1964)
La tercera película de vampiros producida por Hammer Films tampoco cuenta con la presencia de Christofer Lee, y de hecho el nombre de Drácula ni figura en el título.
El actor ha reiterado que su continuada reticiencia a la hora de volver al papel radicaba en el hecho de que los distintos guiones propuestos distaban demasiado del concepto original concebido por Bram Stoker.
Otras fuentes decían que era Christofer Lee que pedía mucho dinero y que le molestaba enormemente que su nombre apareciera justo despúes del de Peter Cushing.
El beso del vampiro se puede ver como una mezcla de Extraño Suceso (So Long At The Fair) dirigida por Fisher en 1950 y una cinta posterior del estudio, La batalla de Satán (The Devil Rides Out), 1968).
La premisa de la película trata sobre un culto maligno ocultista en busca de nuevos acólitos. El culto en este caso lo integran vampiros.
Una amenaza se cierne sobre unos forasteros que se ven obligados a trasnochar en las cercanía del lugar maldito (una pareja de ingleses recién casados).
Drácula, príncipe de las tinieblas (Drácula, Prince of darkeness, 1966)
Al final Christofer Lee volvió al papel que le hizo famoso en Drácula, Príncipe de las tinieblas, sin duda una de las mejores de la saga, y para un servidor 1 de las mejores películas de vampiros de todos los tiempos.
En lugar de Van Helsing, aquí el cazavampiros es un monje culto y viajado pero a la vez campechano y atlético llamado Padre Shandor (Andrew Keir).
El argumento comienza cuando un cuarteto de turistas ingleses que andan por los Cárpatos, acaban apesar de las advertencias de Shandor, en el castillo del Conde Drácula.
La primera parte de la película mantiene un suspende que poco a poco irá in crescendo, dado que el público conoce de sobra qué puede pasar en el castillo de nuestro amado Conde.
Con la llegada del grupo, el mayordomo del Conde Drácula los acoge con tremenda amabilidad, ocultando los motivos reales de tan amable comportamiento.
Una de las escenas más espectaculares del film se encuentra en esta primera parte dela película, cuando sobre el ataúd del conde cuelga cabeza abajo uno de los «invitados», vertiendo su sangre sobre Drácula después de que el mayordomo le cortara el cuello. Esta escena fue censurada en un principio por la British Board of Film Classification.
La dirección de Terecen Fisher matiene su acostumbrada elegancia y las escenas de acción las resuelve con fluidez y dinamismo. Los efectos especiales están bastante conseguidos, seguramente sorprendió a la audiencia del momento.
Drácula vuelve de la Tumba (Drácula has risen from the grav, 1968)
Tras el descubrimiento en la aldea de Kleinsburg del cadáver sin sangre de una muchacha, dos sacerdotes realizar una excursión al cercanoy supuestamente abandonado castillo de Drácula para llevar a cabo un exorcismo. El más joven se cae contra las rocas, la sangre de su herida fluye a través del hielo que cubre el foso y ¡alehop! Drácula vuelve a la (no) vida una vez más.
Dirigida por Freddie Francis con su acostumbrada querencia por los filtros de colores y campos visuales de bordes imprecisos, la tercera secuela de Drácula adolece de un presupuesto bastante menor que sus predecesores y la ausencia de un héroe carismático. El pretendiente ateo de la hija de un monseñor católico se tiene que enfrentar tanto al progenitor de su amada como al banco, mente, no es cura de ninguno de estos dos retos al principio, y el pierde. Por centro demasiado en la evolución de este personaje a través de sus encuentros con lo maligno y su gradual transformación en creyente de los Orlando sobrenatural.
Destaca una escena que no gustó a más de un crítico en su día: El joven consigue atravesar a Drácula con una estaca, pero es capaz de quitárselo y sobrevivir porque el hombre es ateo. Pero la verdad es que Drácula sale poco en este fin, siendo responsable de la involuntaria resurrección del monstruo y la primera víctima femenina de este los encargados de abrirle el camino a nuevos donantes, lo más logrado de esta entrega en la fuga del vampiro saltando por los tejados del pueblo, pasear y colorido poco realista del decorado añaden un toque yo lírico, casi como la escena parecida de El gabinete del doctor Caligari.
El poder de la sangre de Drácula (Taste the blood of Drácula, 1968)
Llegamos a una película que marca un antes y un después en la saga hammeriana sobre el personaje creado por Stoker. Posiblemente sea está la última de la serie que mantiene un mínimo del estilo y calidad propios de los films anteriores. El argumento traslada la acción a la Inglaterra del siglo XIX y gira en torno a 3 hipócritas padres de familia victorianos.
Durante el día son respetados profesionalmente, rígidos bastiones de la moral puritana de la época, por la noche y en secreto se entregan a un erotismo desenfrenado visitando burdeles de lujo donde satisfacer sus inconfesables fantasías sexuales. La cinta arranca de una forma memorable cuando su búsqueda de emociones cada vez más fuerte les lleva, a las instancias de Lord Courtley, enigmático aristócrata venido a menos, a participar en un ritual esotérico en una iglesia desantificada durante el cual deben beber la sangre reconstruida de Drácula.
Las cicatrices de Drácula (Scars of Dracula, 1970)
A partir de las cicatrices de Drácula, la saga iniciada en 1958 empieza a caer en picado. Los presupuesto cada vez más bajos, unos guiones pobres, unos efectos no tan especiales y la sobreexplotación del género conduccían a cada vez peores resultados tanto de crítica como de público. Cicatrices repite el modus operando argumental de psicosis la primera parte sigue el supuesto protagonista hasta que éste encuentra su muerte en el castillo de Drácula y la segunda mitad sigue los pasos de su hermano para averiguar que les ha sucedido. Esta vez le no tiene más que hacer que matar a su infiel esposa y torturar a su peludo deforme e imbécil criado Klove.
La destrucción del vampiro, electrocutado por un rayo fortuito se se encuentra entre las peor rodadas de la historia. Envuelto en llamas un doble especialista visiblemente enfundado en máscara y guantes ignífugas se tambalea en las almenas, su caída posterior se realiza mediante un nada convincente muñeco tirado al vacío en interminable slo-mo.
Hasta los responsables de la Hammer se dieron cuenta que el filón no da mucho más de sí y pasarían 2 años antes de que volvieran a rodar otro film de Drácula.
Las amantes del vampiro (The vampire lovers, 1970)
Buscando una alternativa a la cada vez menos rentables película de Drácula, la Hammer decidió aprovechar la nueva permisividad de los censores en cuanto a la representación de la sexualidad mediante la incorporación del lesbianismo. El primer resultado de esta política fue de Vampire lovers, una cinta de cierta poesía visual y exacerbado ambiente gótico basado en un relato clásico de la literatura vampírica «Carmilla». En cuanto a los aspectos terroríficos, el fin no ofrece nada nuevo, las escenas de amor satírico entre bonitas mujeres desnudas debió ser lo nunca visto para las audiencias contemporáneas.
Drácula y las mellizas (Twins of evil, 1971)
La última película de la trilogía Karstein resultó ser también la última buena producción gótica de una productora que ya empezaba a tener serios problemas para mantenerse a flote. Siguiendo la política de buscar estrellas femeninas guapas y glamurosas cómo reclamo para las ciencias mayoritariamente masculinas de sus películas de terror, la Hammer fichó a Mary y Madeleine Collinson, gemelas idénticas nacidas en Malta, tras su paso por la revista Playboy en cuyas páginas centrales habían posado desnudas poco antes evidentemente sus dotes artísticas no estaban a la altura de sus atributos físicos y sus voces fueron dobladas por otras actrices más expresivas.
El meollo de la historia reside en el juego equivoco con las identidades de las dos jóvenes, inocente y tímida, la otra rebelde y atrevida. Una acabará dejándose seducir por el malo, la otra será falsamente acusada por su hermana de brujería y las fuerzas del orden tendrán problemas para distinguir la una de la otra.
El Circo de los vampiros (Vampire circus, 1972)
En el siglo XIX un pueblo se encuentra hilado por un brote de peste. Nadie puede entrar o salir del lugar. Sin embargo, en medio de la terrible epidemia Diego un circo que misteriosamente logra burlar a los soldados apostados para controlar los accesos. Pero no es un circo cualquiera, todo lo conoce son vampiros que además tienen la capacidad de transformarse en animales salvajes. Para esto chupasangres el pueblo cercado será un coto de caza ideal.
Partiendo de esta premisa, el Circo de los vampiros combina el suspense implícito en el predicamento de los desesperados aldeanos asediados con grandes dosis de violencia y gore cuando los vampiros ensañan con la población local. A pesar del interés del inicial argumento los decorados paupérrimos la nada convincente maquetas toscas pinturas mate y unas interpretaciones muy desigual señalan a las claras que el final del camino no le quedaba demasiado lejos para el estudio que había revitalizado el cine de terror gótico.