Esta es una de las películas sobre zombies más serias y verídicas que se pueden encontrar, quizá porque versa sobre “el otro” zombie, el que no se alimenta de cerebros y de vísceras humanas mientras camina putrefacto por la tierra, sino del zombie haitiano.
Además, es también la película más “de autor” de Wes Craven, un cineasta del terror que, en mi opinión, siempre ha estado bastante sobrevalorado (aunque tiene un par de títulos o tres bastante destacables que todos conocemos y de los que lleva chupando toda la vida). En esta ocasión, Craven supo tejer bien una historia que se desarrolla casi todo el rato en el terreno del thriller, que apenas tiene un par de sobresaltos, y que solo tira hacia lo fantástico-terrorífico en su última y peor parte, esa en la que el protagonista lucha contra el malo malísimo diabólico.
Durante el resto de la cinta, la acción transcurre pausada mientras el personaje interpretado por el soso Bill Pullman va adentrándose en el sombrío mundo del polvo zombi de Haití, capaz de convertir a una persona en prácticamente un cadáver andante, un ser sin voluntad que despierta a las órdenes de su amo (aquel que ha preparado el polvo) tras un período de letargo en el que la víctima llega a parecer muerta y, las más de las veces, llega a ser enterrada viva mientras que tiene plena consciencia de todo lo que sucede a su alrededor (como le sucede a Pullman en la mejor escena de la película, realmente angustiosa).
El desarrollo de la historia, mezclado con derroteros políticos con el trasfondo del malvado cacique haitiano, es creíble hasta, como decíamos, el fantasioso y surrealista desenlace, que tira por los suelos eso de “Basado en hechos reales”.
Aún con todo, con una dirección hábil, una fotografía bonita de los paisajes haitianos, y con una mirada a lo más profundo y sobrenatural de la auténtica magia negra ancestral que aún existe, “La serpiente y el arco iris” es un título serio e inteligente del terror ochentero, alejado de los convencionales sustos y monstruos inverosímiles que caracterizaron aquella querida época.
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