La guionista y directora Romola Garai juega eficazmente con las expectativas en su primer largometraje, Amulet. Un pero que tiene Amulet es sin duda lo que tarda en arrancar, tanto que cuando te das cuenta está en su parte final.
La relación entre el refugiado Tomaz (Alec Secareanu) y la inmigrante Magda (Carla Juri), que son acogidos por una monja aparentemente benévola (Imelda Staunton) que se preocupa por su bienestar y que deja una sensación constante de que no es de fiar. Sin embargo, el origen de esa tensión sigue siendo impreciso durante la mayor parte de la película, y la directora confía en las ominosas señales sonoras y en el espeluznante diseño de los decorados para sustituir el horror real.
La película comienza con flashes de la época en que Tomaz estaba en el ejército de un país sin nombre, posiblemente de Europa del Este, donde se le asigna ser el único guardia de un remoto paso fronterizo en medio de un bosque. Allí, acoge a una mujer llamada Miriam (Angeliki Papoulia), que se esconde de los soldados mientras intenta cruzar la frontera y reunirse con su hijo. Un tiempo después, Tomaz vive en Londres como refugiado indocumentado, ocupando un edificio abandonado y trabajando como jornalero. Está claro que sufre algún tipo de trauma, y cada noche, antes de irse a dormir, se ata las manos con cinta adhesiva, aparentemente para evitar hacerse daño (o hacer daño a otros) durante los terrores nocturnos inducidos por el TEPT.
Resulta difícil asumir las consecuencias de la guerra, pero las grandes películas han explorado los efectos devastadores del combate desde los primeros días del cine.
Los contextos bélicos son un buen caldo de cultivo para hacer grandes películas bélicas. Dentro de este género cabe destacar la presencia de las películas
Este año el festival de cine Fantástico de Sitges ha registrado su record en venta de entradas. Además de realizar una lectura en clave económica